Hoy en día todo viene en cápsulas: los programas de estudios, los menús, el café, las infusiones, los perfumes, los licores, los fines de semana, las camisetas, las habitaciones de hotel, los viajes al espacio, las series de Netflix y hasta el amor.
Que sea formato mini, en sí no es el problema, incluso es estéticamente agradecido y denota cierta falta de pretensiones, pero sospecho por los tiempos que corren, que va más allá de lo formal y tiene que ver con la falta de consistencia, de valores, de perdurar, de comprometerse, incluso con la falta de calidad. Hoy todo lo tienes en un clik por Amazon o por Glovo, si además es pequeño, será más barato ¿no? Y más fácil, y más rápido, y más condensado, y más… Pim pam fuego como en Instagram stories.
Ahora han llegado las cartas encapsuladas para los que no quieran dar rodeos, no sepan explicarse, necesiten resumir, quieran evitar faltas de ortografía o se hayan acostumbrado demasiado a hablar con emoticonos. ¡Peligro! Quizás cuando abras y leas estas carticas se autodestruyan como las notas del Inspector Gadget ante un “lo siento” o un “te dejo” (más o menos lo que recibió la Campos de parte de Bigote Arrocet) o “estás suspendida” o “riega las plantas”. Con mucha suerte habrá algún denostado “¿Hablamos?”
Si el WhatsApp mató la conversación. ¿Qué pasará con las cápsulas? Con lo bonito que era escribir cartas y más aún recibirlas.
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